He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. — LUCAS 10:19
Satanás y la enfermedad no son sus amos. Yo me di cuenta de eso hace muchos años. En 1937, leí un extracto en el Reader's Digest que me hizo pensar en este sentido. Decía que frente a uno de los edificios de oficinas gubernamentales en Washington, DC, había un pequeño trozo de césped de unos cuatro metros y medio por ocho metros. En lugar de que la gente caminara por la acera, cortaban por ese pequeño trozo de césped verde. Habían desgastado el césped, así que el conserje puso estacas y una cuerda. No era muy alta. Y la gente simplemente pasaba por encima de la cuerda y seguía caminando sobre el césped.
Para solucionar este problema, el conserje pintó un cartel rudimentario y lo colocó justo en medio del césped. El cartel decía: “Los caballeros no podrán , ni deben, entrar sin permiso en esta propiedad”. Y eso lo frenó.
Cuando leí esto, decidí ponerme un cartel en el cuerpo, por así decirlo, en mi espíritu. Ahora bien, tú no puedes verlo, pero el diablo sí. Está escrito con lenguaje y tinta espirituales y dice: “Los caballeros no podrán , y otros no deben, entrar sin permiso en esta propiedad”. Luego, entre paréntesis, dice: “¡Diablo, esto se refiere a ti!”. Ese cartel ha estado en mi cuerpo desde 1937.
El diablo no tiene derecho a invadir tu cuerpo. No tiene derecho a ponerte enfermedades. Las enfermedades son del diablo, no de Dios. No vienen del cielo. No hay enfermedades allá arriba. Dios no es el autor de las enfermedades, así que puedes decirle con valentía al diablo: “¡No entres!”.
Confesión: El diablo no puede invadir mi propiedad. No tiene derecho a invadir mi cuerpo. No tiene derecho a ponerme enfermedades. Lo resisto en el nombre de Jesús.
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