Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis. — JUAN 4:48
Esa noche fui al servicio y después de haber predicado, la gente se puso en la fila de oración para ser sanados y llenos del Espíritu Santo. Comencé a imponerles las manos y cuando llegué a esta pastora, estaba muy consciente de ella, porque no habían pasado más de tres horas desde que el pastor asociado y yo habíamos estado hablando sobre su caso.
Pasé un poco más de tiempo con ella y puse mi antena espiritual en alto. Me puse a ver si el Señor me diría algo. Le pregunté para qué había venido y me dijo que había venido para sanar. Luego me describió algunas de las cosas que le pasaban. Puse las manos sobre ella y oré. Ella dijo: “No, no, no lo tengo. No lo he obtenido”.
Le dije: “Oraré por ti otra vez”. Entonces le impuse las manos y oré otra vez. Ella comenzó a presionarse el cuerpo y dijo: “No, todavía me duele ahí. No lo he conseguido”.
Le dije: “Oraré por ti otra vez”. Pensé que tres veces debería ser suficiente para cualquiera. Sabía que no iba a conseguir nada, pero por otro lado, no quería ofenderla.
Así que oré por ella por tercera vez. Cuando dije “Amén”, ella ya estaba sintiendo todo su cuerpo. Entonces dijo: “Todavía me duele aquí. No, no lo obtuve”. Pasé junto a ella y la siguiente persona tomó su lugar.
Confesión: En lugar de escuchar a mi cuerpo, los síntomas físicos de mi cuerpo, escucho a mi espíritu, mi corazón. Vivo y camino por fe, no por vista.
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