Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe . . . . — 1 PEDRO 5:8,9
En 1942, tuve una batalla con los síntomas en mi cuerpo. Oré, me apropié de las promesas de Dios y me mantuve firme. Pero por momentos parecía que no iba a lograrlo.
Una de esas noches tuve un sueño. Soñé con otro hombre y yo estábamos en una especie de patio de armas. Era como un campo de fútbol. Había puestos a ambos lados. Mientras caminábamos hablando, de repente el hombre miró hacia atrás y gritó: "¡Mira!" y empezó a correr. Me volví y vi que dos leones feroces casi estaban encima de mí. Corrí unos dos pasos. Luego le grité al otro hombre: “¡Nunca lo lograrás! ¡No puedes dejarlos atrás! Me detuve quieto, me di la vuelta y los enfrenté. Estaba temblando. Mi carne estaba cubierta de piel de gallina. Pero dije: “Estoy en contra de ti. Me niego a ceder en el Nombre de Jesucristo”. Los leones se detuvieron, se acercaron a mí, olisquearon mis pies y se alejaron al trote. Me desperté y me vino a la mente Primera de Pedro 5:8. Sabía que mi batalla física estaba ganada. Recibí sanidad inmediatamente. Casi había corrido, pero me mantuve firme. Había usado mi autoridad.
Confesión: resisto al diablo firme en la fe. Me mantengo firme. Utilizo mi autoridad. Y el diablo huye de mí como aterrorizado.
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